Vivir en los corazones que dejamos tras nosotros, eso no es morir.
Thomas Campbell
En el frío mes de febrero de 2024, reanudamos nuestras excursiones de dos noches, esas escapadas que nos permiten descubrir rincones cercanos sin alejarnos demasiado de El Campello. Esta vez, el destino elegido fue Tarragona, una ciudad que ya habíamos pasado en otras ocasiones, pernoctando brevemente, pero que teníamos pendiente por descubrir. La existencia de vestigios romanos antiguos me llevó a planear este viaje, fieles a nuestra tradición de viajar en este mes del año.
El alojamiento que seleccioné estaba a una hora de Tarragona, en un lugar estratégico, también a solo quince minutos de Vinaroz. Elegimos el Hotel Tancat de Codorniu, en Alcanar, el primer pueblo de la provincia de Tarragona. La elección fue impecable, no solo por el precio, sino también por el encanto del lugar. Durante dos noches, nos hospedamos en una acogedora cabaña, equipada con todas las comodidades imaginables, en un entorno que invitaba a la tranquilidad. Un lugar que, sin duda, nos dejó con deseos de regresar.
Antes de esa primera noche, pasamos la tarde en Vinaroz, el último pueblo de la provincia de Castellón. Fue un acierto visitarlo en esos días previos al bullicio del carnaval. Mientras caminábamos por su paseo marítimo, respirando el aire salado y fresco del invierno, nos deleitamos con unos exquisitos pasteles en la Patisseria Cocoa. No fue la única sorpresa; también nos encontramos con una exposición fascinante de trajes y utensilios del Carnaval de Vinaroz, dispuesta en una iglesia desacralizada junto al Mercado Central.
El viaje a Tarragona fue, sin duda, una grata experiencia. La ciudad, conocida por su riqueza histórica y sus impresionantes ruinas romanas, está en la región de Cataluña, en el noreste de España. Su legado como antigua Tarraco, capital de la provincia hispana romana de Tarraconensis, le ha otorgado un lugar de honor en el Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
La exploración de esta ciudad tras una complicada llegada debido a la huelga de agricultores que ralentizó el tráfico, mereció la pena. Pese a los inconvenientes, llegamos a media mañana, dispuesto a patear la Tarragona. La primera parada fue uno de los emblemas de la ciudad, el Balcón del Mediterráneo, desde donde nos deleitamos con una espectacular vista de la extensa costa azul y del majestuoso anfiteatro romano que descansa a su orilla.
Continuamos el recorrido descendiendo al Anfiteatro Romano, una construcción que data del siglo II d.C. que originalmente albergaba espectáculos de gladiadores ante miles de espectadores. El descubrimiento de las múltiples capas de su historia es sorprendente especialmente el hecho de que sobre esa misma arena se erigieron, con el tiempo, edificaciones tan dispares como iglesias y conventos, y hasta una prisión, revelando la capacidad humana de reutilizar y redescubrir espacios.
Concluida la visita elegimos para comer el restaurante Gure Etoki, ubicado en el corazón del casco antiguo de Tarragona, donde disfrutamos de una estupenda comida. Después de esto nos dirigimos hacia otro monumento significativo, la Catedral de Tarragona. Esta magnífica estructura, cuya construcción se prolongó desde el siglo XII hasta el siglo XIX, es un testimonio de las diferentes épocas que han quedado inmortalizadas en sus piedras. Vimos los restos del palacio del emperador Augusto y también las influencias del arte románico, gótico y renacentista.
No menos impresionante fue la visita a las antiguas murallas de Tarraco. Caminamos a lo largo de los 800 metros de muralla que aún se mantienen en pie, una muestra palpable de la importancia defensiva de la ciudad durante siglos. Su buen estado de conservación permite imaginar la Tarraco del pasado.
Al final del día, llegamos al lugar donde una vez se erigió el teatro romano. A pesar de que poco queda de su estructura original, las fotografías del año 1909 evidenciaron su antigua importancia. El teatro, desmantelado a lo largo de los siglos para dar lugar a extensiones de la ciudad y nuevos usos, como los almacenes, es un recordatorio de cómo la historia a menudo se sobrepone a sí misma.
Tarragona no es solo una ciudad con un legado arquitectónico impresionante, es también un ejemplo del dinamismo cultural y de la resiliencia urbana que la hacen, para mi, merecedora de ser la capital de la región catalana. Visitar Tarragona es hacer un viaje en el tiempo, donde cada piedra y cada rincón cuenta una historia, enlazando el pasado romano con la vibrante vida actual de esta excepcional ciudad costera y turística.