La vida es hoy, no la pospongas para mañana.
El 7 de febrero de este año salimos de El Campello después de comer, con la emoción de emprender un nuevo viaje. La carretera nos llevó hasta Vinaroz, donde llegamos sobre las siete de la tarde. Decidimos recorrer su paseo marítimo y el centro histórico, disfrutando de la tranquilidad del lugar. Sus calles nos invitaron a estirar las piernas tras unas horas de conducción. Luego, nos dirigimos al hotel Tancat de Codorniu, donde habíamos estado el año anterior durante nuestra visita a Tarragona. Allí descansamos, listos para continuar el viaje al día siguiente.
A la mañana siguiente, después de un desayuno reparador, reanudamos la marcha hacia Gerona. Sus calles empedradas nos recibieron con el encanto de su casco antiguo. Caminamos hasta la catedral, cuya imponente fachada nos dejó maravillados. Para mí, este lugar tenía un significado especial, ya que allí fui bautizado en 1951. A la hora de la comida, elegimos el restaurante La Miranda, cercano a la catedral, donde disfrutamos de un excelente menú. La calidad de la comida estuvo a la altura de nuestras expectativas. A las cuatro de la tarde, retomamos el viaje rumbo a Toulouse. Al llegar, nos instalamos en el Residhome Toulouse Ponts Jumeaux, un apartamento cómodo, aunque algo alejado del centro. Sin embargo, resolvimos fácilmente los traslados con Uber.
El primer día en Toulouse comenzó con un buen desayuno antes de dirigirnos a la Catedral de Saint-Étienne. Este majestuoso templo combina diferentes estilos arquitectónicos, reflejo de las transformaciones que sufrió a lo largo de los siglos. Su impresionante estructura gótica, con altos ventanales y delicadas vidrieras, llenaba el interior de una luz especial. Sus arcos apuntados y el enorme rosetón central destacaban con elegancia. Tras recorrer la catedral, paseamos por el casco antiguo de la ciudad, deleitándonos con sus calles llenas de historia.
Llegamos al Mercado de Victor Hugo, un vibrante espacio repleto de colores y aromas. El bullicio de locales y turistas creaba un ambiente acogedor. Para comer, elegimos el Tom Pouce Café en la Plaza Roger Salengro, donde probé la famosa salchicha de Toulouse. Su sabor único y especiado no me defraudó. Luego, dimos un paseo por el Quai de la Daurade, a orillas del río Garona. Allí, nos detuvimos a admirar la iglesia de la Daurade, con su impresionante fachada neoclásica y su famosa Virgen Negra, venerada por los lugareños. Al caer la tarde, regresamos al alojamiento para descansar y prepararnos para el día siguiente.
La jornada siguiente nos llevó a Albi, una ciudad medieval de gran encanto. Nuestro primer destino fue la Catedral de Sainte-Cécile, una verdadera joya del gótico meridional. Construida íntegramente en ladrillo rojo, su imponente estructura asemeja una fortaleza. Al adentrarnos, quedamos maravillados con su grandiosa nave, la mayor de estilo gótico sin pilares internos. Su interior, profusamente decorado, presenta frescos de una belleza indescriptible, con escenas del Juicio Final que cubren la bóveda del coro. La combinación del austero exterior con el suntuoso interior la convierte en una obra arquitectónica única.
Después de recorrer la catedral, paseamos por el casco antiguo, disfrutando de sus callejuelas medievales y su atmósfera serena. Para el almuerzo, elegimos el restaurante Le Bruit en Cuisine, donde la cocina francesa nos deleitó con sabores auténticos. Por la tarde, visitamos el Museo Toulouse-Lautrec, ubicado en el Palacio de la Berbie. La colección, dedicada al pintor Henri de Toulouse-Lautrec, nos transportó al París bohemio de finales del siglo XIX. Sus famosos carteles, junto con retratos y bocetos, nos ofrecieron una visión más íntima de su arte. Finalizamos nuestra visita con un paseo por el puente viejo de Albi antes de regresar a Toulouse.
El último día de nuestro viaje lo dedicamos a explorar el Capitolio de Toulouse, un símbolo de la ciudad. Su majestuosa fachada de piedra y ladrillo rojo daba la bienvenida a un interior aún más impresionante. Los frescos que decoraban sus salas narraban la historia de la ciudad con una riqueza de detalles extraordinaria. Cada salón nos transportó a diferentes épocas, destacando la belleza del Salón de los Ilustres, adornado con escenas mitológicas y figuras emblemáticas de la historia tolosana.
Tras la visita, tomamos un café en una de las terrazas de la plaza del Capitolio antes de dirigirnos a la Basílica de San Sernín. Este templo, una de las iglesias románicas más importantes de Europa, nos impactó por su enorme nave y su imponente torre octogonal. Sus capiteles esculpidos y la sensación de amplitud en su interior la convertían en un lugar de recogimiento y admiración. Lamentablemente, no pudimos visitar el Convento de los Jacobinos, cerrado por restauración.
El 11 de febrero, regresamos a El Campello. Llegamos a casa con el cansancio propio de un viaje intenso, pero con la satisfacción de haber descubierto dos ciudades que nos agradaron enormemente. Sin duda, volveremos algún día a seguir explorando sus maravillas y alrededores.
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