Un hipócrita es un paciente en el doble sentido de la palabra: calcula el triunfo y sufre un suplicio.
Benjamin Jarnés
La situación del exministro José Luis Ábalos, tal y como se presenta en el artículo de *El Mundo*, refleja las complejidades del poder político y las contradicciones inherentes a la percepción pública. Lo que en principio podría parecer un caso cerrado de corrupción o, en palabras del propio Ábalos, de haber sido convertido en un “apestado”, es más bien un capítulo aún no concluido de intrigas y estrategias.
El artículo plantea una posibilidad que, en un futuro cercano, podría hacerse realidad: la amnistía de Ábalos. Aunque para muchos esta idea podría sonar lejana o incluso improbable, el autor del artículo ofrece un razonamiento que, basado en los eventos recientes y las declaraciones del propio diputado, la convierte en una opción plausible.
Ábalos, en el centro de este torbellino, se ha descrito a sí mismo como alguien "apestado", apartado de su círculo político y estigmatizado por la opinión pública. Desde su perspectiva, se siente inocente, una víctima de las circunstancias, atrapado en una situación en la que, por el momento, no se ha probado su culpabilidad. Sostiene que el escándalo relacionado con la compra de mascarillas, donde su estrecho colaborador fue señalado por haber cobrado comisiones, ha sido malinterpretado. Según él, lo importante fue salvar vidas, y los detalles sobre las comisiones son irrelevantes o meramente circunstanciales.
Sin embargo, hay un motivo claro para que no abandone su escaño en el Congreso. Desde los 18 años, cuando terminó sus estudios en la Escuela de Magisterio de Valencia, Ábalos ha dedicado toda su vida a la política. No ha trabajado ni en el sector privado ni en el público, fuera de los cargos políticos que ha ocupado. Dejar ahora su escaño significaría perder su único medio de vida y, lo que es más importante, perder su condición de aforado, algo crucial ante el proceso judicial en el que se encuentra inmerso.
Con 64 años, su salario, aunque reducido tras su dimisión como presidente de la Comisión de Interior, sigue siendo considerable. Actualmente, percibe 5.160,65 euros mensuales, y al terminar la legislatura tendrá derecho a un "paro" de 3.400 euros al mes durante dos años. Todo esto le permitirá mantener una estabilidad económica hasta casi los 70 años, con la esperanza de que, para entonces, la instrucción del proceso judicial haya concluido o, al menos, se prolongue lo suficiente para que él siga beneficiándose del aforamiento.
El autor del artículo subraya que, si Ábalos dimitiera ahora, sería un error estratégico monumental, y hay algo claro: Ábalos ni es un idiota ni un verdadero "apestado". Más bien, se perfila como un político astuto, que navega entre la tormenta con la calculadora en la mano. A pesar de su discurso de víctima incomprendida, no ha renunciado a sus privilegios, sabiendo que el tiempo juega a su favor. La idea de ser un “listonto” —alguien que, sin ser brillante, despliega razonamientos ingeniosos para proteger su posición— cobra fuerza en este análisis. Lo que podría parecer una defensa torpe de su situación no es más que una maniobra bien calculada, donde el arte de sobrevivir en política supera cualquier mancha en su expediente.
El horizonte judicial es incierto, pero si algo ha demostrado Ábalos es su capacidad para adaptarse. En este juego de poder, donde lo accesorio puede convertirse en lo esencial, las cartas aún no están del todo sobre la mesa.
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