El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla."
General Napoleon Bonaparte
El reciente nombramiento de un militar como vicepresidente del gobierno de la Comunidad Valenciana, encargado de liderar la reconstrucción de zonas afectadas por las riadas de 2024, ha generado críticas y despertado preguntas. ¿Es conveniente que los militares participen en actividades políticas, incluso si se presentan como tareas técnicas?
Para abordar esta cuestión, he revisado otros ejemplos de participación de militares en gobiernos, tanto en España como en contextos internacionales como Estados Unidos e Israel. Estas son las opiniones y análisis que surgen de distintas fuentes.
El dilema militar en la política
La relación entre militares y gobiernos civiles ha sido un tema delicado durante décadas. En las democracias modernas, el control civil sobre las Fuerzas Armadas y su neutralidad política son principios fundamentales. Sin embargo, la participación de militares en cargos políticos sigue generando debate. ¿Qué implica realmente? ¿Qué riesgos plantea?
Militares en roles técnicos: ¿eficiencia o riesgo?
En emergencias, los militares parecen una solución lógica. Saben organizar, planificar, actuar rápido. Por eso, no sorprende que se les asigne la reconstrucción de zonas devastadas o la gestión de crisis. Un teniente general en un puesto técnico inspira confianza: disciplina, neutralidad, eficacia. Pero ¿es solo eso?
A veces, el uso de la imagen militar en política va más allá de la técnica. Un político puede colocar a un general en un alto cargo para protegerse de las críticas o reforzar su propia imagen. El prestigio militar, como un escudo. Esto no es neutralidad. Es politización, aunque se disfrace de eficiencia.
La trampa de la dicotomía técnica-política
"Los militares son más técnicos que políticos." Esa idea suena bien, pero tiene fallos. En democracia, la política no es solo partidismo ni corrupción. La gestión técnica también comete errores. Nadie, ni siquiera los militares, está exento de fallos o de posibles favoritismos.
Además, toda decisión técnica tiene un lado político. ¿Qué priorizas? ¿Qué recursos usas? ¿A quién beneficias primero? Reconstruir una zona devastada, por ejemplo, no es solo logística: es política, aunque a veces no lo parezca. Y ahí, incluso el militar más neutral, queda expuesto al escrutinio público.
Miradas internacionales: Estados Unidos e Israel
En Estados Unidos, algunos militares han dado el salto a la política. Dwight D. Eisenhower, por ejemplo, fue presidente después de ser general. Pero lo hizo tras una elección democrática. Allí, las leyes son claras: los militares activos no pueden ocupar cargos civiles.
En Israel, el contexto es otro. La sociedad está muy militarizada. Allí, los exmilitares tienen un papel importante en la política, y eso no genera tanto ruido. Todos pasan por el servicio militar, y eso crea una base cultural que normaliza esta práctica. Pero incluso en Israel, hay riesgos: los exmilitares tienden a priorizar la seguridad sobre soluciones civiles o diplomáticas.
¿Qué enseñan estos casos? Que para que funcione, la participación militar en política necesita contrapesos. Prensa libre. Ciudadanía activa. Un sistema judicial sólido. Sin estas garantías, el riesgo es grande: poder concentrado en pocas manos, la puerta abierta a autoritarismos.
Europa y el peso de la historia
En Europa, la relación entre militares y política está marcada por heridas del pasado. En España, Grecia y Portugal, las dictaduras militares del siglo XX dejaron cicatrices profundas.
España, por ejemplo, aprendió con la transición democrática tras la dictadura de Franco. La Constitución de 1978 dejó claro que los militares debían estar subordinados al poder civil. Desde entonces, cualquier señal de militarización en política se ve con sospecha.
El intento de golpe de Estado de 1981 reforzó esa sensibilidad. Nombrar a un militar en un alto cargo político, incluso con fines técnicos, puede reabrir viejas heridas. Para muchos, es un paso atrás, un recordatorio de un pasado autoritario que nadie quiere repetir.
El riesgo de normalizar la militarización
Permitir que militares participen en política con demasiada frecuencia puede crear precedentes peligrosos. Si la sociedad empieza a creer que los militares son más eficaces que los políticos, ¿qué pasa con la democracia?¿Mejor ser gobernados por militares? ¿Primar disciplina y orden, sobre derecho a la critica de decisiones?
Este razonamiento de mejor ser gobernado por militares, ha sido usado por dictaduras en todo el mundo. "Los militares garantizan estabilidad y orden", dicen. Pero lo que realmente hacen es deslegitimar a los políticos y centralizar el poder. En España, ese escenario parece lejano, pero incluso un pequeño paso en esa dirección debería ser examinado con cautela.
Conclusión: Cuidar la democracia
¿Pueden los militares participar en política? La opinión de expertos es, sí, pero con cuidado. En ciertos contextos, su experiencia puede ser valiosa. Pero su papel debe ser excepcional, no la norma.
Ejemplos como Estados Unidos e Israel muestran que puede funcionar bajo democracias sólidas, pero también advierten de los riesgos: politización, concentración de poder, priorización de enfoques militares sobre soluciones civiles.
En España y Europa, la memoria histórica es un recordatorio constante. Neutralidad militar. Control civil. Estas son bases que no deben erosionarse. Nombrar a un militar en un cargo político no puede ser una decisión tomada a la ligera.
Al final, la clave está en reforzar las instituciones democráticas. La política no debe ser sinónimo de corrupción, y los militares no son figuras incorruptibles. Una democracia fuerte combina técnica y legitimidad democrática. Y sobre todo, entiende que la diversidad y el equilibrio son sus mayores fortalezas.
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