"Viajar es detener el tiempo mientras avanzas."
Del 24 al 29 de septiembre, mi hermana, mi cuñado, Carmen y yo emprendimos un estupendo viaje por Cantabria, una región que combina historia, naturaleza y una gastronomía que invita a saborear cada rincón. Nos alojamos en los apartamentos Natura, en Santillana del Mar, una localidad que parece detenida en el tiempo, con calles empedradas y fachadas históricas. Los apartamentos fueron el lugar perfecto para descansar tras nuestras jornadas: cómodos, modernos y con una ubicación privilegiada que nos permitió movernos con facilidad.
El primer día lo dedicamos a Comillas, una de las joyas del modernismo español. Nuestra primera parada fue el célebre Capricho de Gaudí, una de las obras más originales del arquitecto catalán. Este edificio, de estilo modernista, destaca por su fachada revestida de cerámicas en forma de girasoles que brillan al sol, un homenaje a la naturaleza que Gaudí integró magistralmente en la arquitectura. Los detalles, como las columnas de hierro fundido y los balcones ornamentados, nos dejaron fascinados. Paseamos por el encantador centro de Comillas, con sus calles empedradas y ambiente señorial, antes de detenernos a almorzar en el restaurante Las Caseras. Allí probamos el famoso cocido montañés, un guiso contundente hecho con alubias, berza y productos del cerdo, que se convirtió en una experiencia culinaria tan satisfactoria como inolvidable.
Por la tarde, nos dirigimos a Llanes, ya en Asturias, donde recorrimos su casco histórico, con sus casas blasonadas y pequeñas plazas llenas de encanto. Bajamos hasta una playa cercana, un rincón de arena dorada y aguas agitadas, pero la lluvia nos sorprendió antes de poder disfrutar del paisaje por completo. Nos refugiamos en una chocolatería del centro, donde el aroma a chocolate caliente y dulces recién hechos nos acogió como un abrazo en medio del clima gris. La tarde transcurrió entre charlas, un cierre perfecto para nuestro primer día de viaje.
El segundo día amaneció lluvioso, pero eso no impidió que continuáramos con nuestros planes. Nos dirigimos a las Cuevas de Altamira, aunque, como es habitual, visitamos su réplica, una reproducción fiel que permite imaginar cómo debió ser el mundo en el que vivieron nuestros antepasados. Las pinturas rupestres, con sus figuras de bisontes, ciervos y caballos, realizadas con sorprendente detalle hace más de 14.000 años, nos transportaron a otra época. Contemplar cómo aquellos primeros artistas capturaron la esencia de los animales en un entorno oscuro y limitado fue una gran experiencia.
Al mediodía, comimos en el restaurante Plaza Mayor, en Santillana del Mar, un lugar con platos típicos y un ambiente acogedor. Por la tarde, visitamos la Colegiata de Santa Juliana, una joya del románico cántabro. Su claustro es particularmente impresionante, con columnas decoradas con capiteles labrados que narran escenas bíblicas y motivos vegetales. El silencio del lugar, roto solo por el eco de nuestros pasos, nos hizo reflexionar sobre las generaciones que han pasado por allí, dejando su huella en la piedra.
El día 27 decidimos cruzar a la provincia vecina de Palencia para visitar Aguilar de Campoo, un pueblo que Carmen y yo ya habíamos explorado tres años atrás, pero que nos emocionaba compartir con mi hermana y cuñado. Empezamos por la colegiata de San Miguel, cuyo interior destaca por su imponente altar mayor y la serenidad que impregna cada rincón. Fue un momento de redescubrimiento.
Comimos en el restaurante El Barón, un lugar que habíamos visitado en nuestro viaje anterior y que, lamentablemente, pronto cerrará por la jubilación de su propietario. La comida fue tan deliciosa como la recordábamos, y nos sentimos agradecidos de haber regresado antes de su despedida definitiva. Por la tarde, visitamos dos templos románicos que son referentes en la historia del arte español: Santa María la Real y Santa María de Nava. Santa María la Real nos cautivó con su magnífica portada, decorada con figuras en relieve que parecen cobrar vida, y su entorno tranquilo. Por su parte, Santa María de Nava, más austera, nos impactó por su sencillez y equilibrio, un ejemplo perfecto de la sobriedad románica. Al regresar a Santillana esa noche, quedamos satisfecho por todo lo vivido.
El último día antes de regresar a casa lo dedicamos a Santander, la capital de Cantabria. Aunque yo ya había estado allí varias veces por motivos profesionales y una vez por turismo, siempre es interesante redescubrir una ciudad desde una perspectiva diferente. Santander no destaca especialmente por sus monumentos, y la catedral, que podría ser uno de ellos, estaba cerrada al público por la celebración de bodas, además de requerir una entrada de pago en otras ocasiones. Sin embargo, disfrutamos mucho del Mercado Municipal, un lugar lleno de productos locales y una oportunidad perfecta para comprar algunos recuerdos gastronómicos.
Tras almorzar en el restaurante Querida Margarita, dimos un largo paseo por el centro, el paseo marítimo y las playas urbanas. La brisa del mar y las vistas nos invitaron a saborear cada instante antes de emprender el regreso.
El día de regreso, hicimos una última parada en el Parador de Lerma, en la provincia de Burgos. Este edificio histórico, que combina la arquitectura renacentista con el lujo moderno, nos sorprendió con su belleza. Aprovechamos para tomar un café y comprar algunos recuerdos en su tienda, una forma ideal de cerrar un viaje lleno de historia, paisajes y sabores inolvidables.
A las siete de la tarde estábamos de vuelta en El Campello, cansados pero contentos por los días vividos. Cantabria y sus alrededores nos ofrecieron una experiencia que quedó grabada en fotografías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario