La observación es el arte de descubrir lo extraordinario en lo cotidiano.
Emilia-Romagna es una región del norte de Italia famosa por su riqueza cultural, gastronómica y arquitectónica. Uno de sus mayores tesoros es Rávena, antigua capital del Imperio Bizantino en Occidente. Rávena alberga una impresionante colección de mosaicos de los siglos V y VI, considerados entre los mejores ejemplos de arte paleocristiano y bizantino. Las basílicas de San Vital y San Apolinar Nuevo, junto con el Mausoleo de Gala Placidia, son Patrimonio de la Humanidad y muestran la influencia bizantina en la arquitectura y el arte, dejando un legado que sigue siendo un símbolo de esplendor artístico y espiritual.
Mi viaje a Emilia-Romagna, la gran desconocida, comenzó con un regreso. Nueve años habían pasado desde la primera vez que visité su capital, Bolonia, en noviembre de 2009. Entonces, Bolonia fue solo el punto de partida para recorrer el Véneto; esta vez, en noviembre de 2018, era el centro de un nuevo viaje al corazón de la región que le da nombre: Emilia-Romagna.
Bolonia |
Llegamos un 13 de noviembre, a bordo de un vuelo de Ryanair desde Alicante. Alquilamos un coche en el aeropuerto y nos dirigimos al Holiday Inn Express, un hotel situado en las afueras de la ciudad. Lo elegí estratégicamente, no por su lujo, sino por su comodidad para nuestros planes: fácil acceso a las carreteras y un centro comercial cercano que nos permitía resolver cualquier necesidad sin tener que aventurarnos en pleno centro. Además, el aparcamiento no era un problema, algo que siempre agradezco.
La primera mañana la dedicamos a Ferrara, a menos de una hora en coche. Ferrara fue, como tantas ciudades italianas, una sorpresa. Es fácil quedar sorprendido por su casco antiguo, bien conservado, y por la serenidad que emana de sus calles y monumentos medievales y barrocos. La catedral, aunque parcialmente cubierta por andamios debido a labores de restauración, impresionaba desde dentro con su belleza. El Castillo Estense, una fortaleza grandiosa, nos acogió con su imponente presencia. Aunque los terremotos le han dejado cicatrices, su esplendor sigue intacto. Tomamos café en su cafetería, embebidos en el ambiente solemne de su historia, y tras un almuerzo y un paseo por el centro, regresamos a Bolonia.
Castillo Estense |
La siguiente jornada nos llevó a Módena. Aunque lo más destacado fue nuestra visita al museo de Ferrari, ubicado en la antigua fábrica. La ciudad misma nos atrapó con su encanto. La catedral, una joya del románico y gótico, parecía observarnos desde el pasado, y aunque cometí el error de entrar en una zona restringida para residentes, lo cual me costaría una multa de 100 euros dos meses después, no empañó la experiencia. Nos detuvimos también en una iglesia desacralizada donde había una exposición navideña, una mezcla curiosa de sacralidad y festividad moderna.
Piazza Grande Modena |
Pero si hubo un lugar que me marcó profundamente fue Rávena. Sus iglesias bizantinas son, sin exagerar, las más hermosas de Europa occidental. Nuestra primera parada fue la Basílica de San Vital y el Mausoleo de Gala Placidia, dos tesoros que parecían flotar entre los mosaicos y la luz dorada. Más tarde, caminamos hasta la tumba de Dante, cerca de la iglesia de San Apolinar el Nuevo, otra maravilla bizantina. El día continuó con una visita al Baptisterio Neoniano y culminó en la Basílica de San Francisco. Nunca antes había presenciado un conjunto arquitectónico tan coherente, tan absolutamente impregnado del espíritu bizantino. Rávena, sin duda, fue el broche de oro de nuestro viaje.
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